Por: Nicolás Montero Domínguez
En una de las escenas más bellas de Don Quijote se encuentran reunidos en la mesa el protagonista, ese hombre que leyendo descubrió no sólo quien es sino quien puede ser, su escudero, que al salir de su pueblo natal vivirá y oirá más historias de las que jamás habría soñado, y un grupo variopinto donde hay un cura, un barbero, un soldado que estuvo cautivo del otro lado del mar, dos hombres y dos mujeres que protagonizan una comedia de errores y una musulmana conversa que apenas empieza a aprender español.
En ese escenario, antes de comer, Don Quijote pide la palabra y empieza su discurso diciendo algo así como “quién podría decir, al vernos, que somos los que somos”. Porque —y esto lo sabe bien ese caballero que lleva en la cabeza un yelmo que es bacía de barbero, y cuyo corcel es un rocín flaco y viejo— lo visible no es sino una parte, y acaso mínima, de lo que es una persona. Años después uno de sus descendientes, esta vez niño y desde el asteroide B-612, condensaría ese discurso con una de las frases que de la literatura han saltado a la cotidianidad, afirmando que “lo esencial es invisible a los ojos”.
Quien nos viera aquí reunidos no podría saber lo que somos, porque nuestra esencia no se capta con una sola mirada. Entonces, ¿dónde y cómo podría alguien saber de nosotros y nosotras algo más? La respuesta, tanto en El Quijote como en El Principito, tiene que ver con las historias. La respuesta está aquí, presente entre las personas que recorren los stands, que se sientan en los auditorios para escuchar las charlas, que preguntan por ese libro que quieren dar de regalo, que vuelven a encontrarse alrededor de la palabra. La respuesta es Leer Para La vida.
Somos nuestras historias. Las que nos han contado y las que hemos contado, las que hemos leído y las que nos gustaría escribir, las que vemos y en las que somos protagonistas. Somos las palabras que nos sirven para compartir lo que nos apasiona, para confesar lo que nos asusta, para elogiar lo que nos entusiasma y rechazar lo que nos decepciona. La esencia invisible se revela en las formas que encontramos de contar quienes somos, y quienes queremos ser. Ahora, en ese ejercicio de contar, de revelarnos, hace falta encontrarse, y si bien nunca dejamos de hacerlo, si desde la virtualidad seguimos compartiendo y creando lado a lado, hoy celebramos que volvemos a encontrarnos presencialmente, que volvemos a contarnos historias cara a cara.
Que este año las historias que nos encuentren y las que le contemos a los y las demás se alimenten con los aprendizajes que hemos cosechado. Que la conversación sobre el cuidado sea una parte constante de nuestra experiencia presente y futura. Que la esperanza, esa historia alada y ligera que contaría Dickinson en sus poemas, esté presente en nuestras palabras. Leer Para La Vida es hacer de las historias que somos las protagonistas de la cotidianidad, es ampliar nuestra comprensión del mundo para entendernos mejor y entender mejor a los otros y las otras. Leer Para La Vida es celebrar que en el encuentro tenemos palabras para construir juntos la gran historia de Bogotá, para construir juntas la gran historia del presente.
Gracias por sumar sus historias a esta historia colectiva, gracias por creer en la palabra y sus múltiples posibilidades, por hacer de este volver a encontrarnos la posibilidad de que la FilBo, con todo lo que presenta y permite, vuelva también. Sigamos leyendo para la vida, sigamos creyendo en la Bogotá que estamos construyendo, y hagamos que lo esencial sea palabra viva habitando en la cotidianidad de la ciudad.