
Escribe Umberto Eco que hay objetos a los que pocas mejoras puede sumar el paso del tiempo. La cuchara, por ejemplo, es la misma cuchara desde su origen, y aunque las haya de diversos materiales, con decorados múltiples, serán siempre en esencia la misma cosa. Lo dice Eco para hablar del libro, para celebrar el libro como ese objeto cotidiano y antiguo, como esa compañía de lo humano que, desde sus orígenes de pergamino hasta sus más recientes formas de pixel en un dispositivo electrónico, no ha dejado de estar ahí para recordarnos la importancia de las historias, de la comunicación con otras experiencias, de la curiosidad y el asombro creador como partes esenciales de nuestra búsqueda de nosotros mismos y de una sociedad a la medida de nuestras esperanzas.
A este elogio de Eco, que reconoce en el libro uno de esos objetos esenciales en la configuración de la humanidad, podríamos sumar una nota al pie para conversar sobre cómo un libro es siempre un objeto en potencia de ser algo más: el conjunto de sus páginas, las letras organizadas en oraciones, las oraciones que conforman párrafos o versos, portadas, ilustraciones, esquemas, diagramas, todo eso que hace a un libro lo que es está siempre en actitud de espera. Espera, por supuesto, que alguien lo lea. Y cuando se da ese encuentro afortunado, esa simbiosis de lector y libro, entonces el libro puede ser muchas otras cosas. Su contenido cobra vida al enriquecer la vida del lector.
Un libro, en una oficina, durante la pausa del almuerzo, se convierte en un oasis donde el reposo alimenta las fuerzas. Un libro, en la mesa de noche, es la posibilidad de hacer el tránsito entre la vigilia y el sueño acompañados por los sueños que alguien más contó y compuso en páginas ordenadas. Un libro, en las manos de alguien que lee para su hogar, es el recuerdo imborrable en la memoria de un niño o una niña que jamás olvidará las historias que le leían en casa. Un libro, cuando alguien decide leerlo, es ese objeto que, como diría Jorge Luis Borges, le presta a nuestra imaginación sus servicios para expandirla, y cuando podemos imaginar más lejos y mejor, podemos también transformar, con mayor tino, la realidad que habitamos.
Celebremos el día del libro y el idioma poniendo el énfasis en esa capacidad transformadora de la lectura, pensemos en todas esas historias que han cambiado nuestra vida. En el amor que aprendemos cuando bajamos en balsa con Jim y Huck por el Misisipi, en el basto conocimiento del mar y de la obsesión que nos entrega Melville con su capitán Ahab o en la crítica, más profunda que el mar, que guarda su Bartleby. Pensemos en esos libros que quisiéramos compartir con otras personas, y aprovechemos la excusa que nos permite la conmemoración para hacerlo.
Desde el Sistema de Bibliotecas de Bogotá, al que hemos sumado por primera vez bibliotecas privadas que decidieron abrir sus puertas para seguir conectando lectores y sectores de Bogotá, no nos hemos detenido un solo día. Además del catálogo digital, que cuenta con más de siete millones de contenidos, seguimos llevando libros a domicilio, para que la lectura siga siendo una práctica cotidiana y enriquecedora de nuestras vidas. En Transmilenio instalamos códigos QR que permiten el acceso a la Biblioteca Digital de Bogotá, estamos tendiendo puentes para que podamos leer, en nuestra vida cotidiana, para que entre todos hagamos realidad #LeerParaLaVida.
Hay recuerdos imborrables, hay experiencias que nos cambian y que cambiándonos nos ayudan a transformar el mundo. La lectura crea esos recuerdos. La lectura es una de esas experiencias. Nuestras historias esperan por ustedes, lectores y lectoras.