Llegué a Ciudad Bolívar y vi un grupo de amigos en la calle preparándose para su tradicional torneo de microfútbol, la cita impostergable de todos los domingos. Una imagen acompaña este recuerdo y es la de dos amigos que, entre carcajadas, se unen para bailar al ritmo de una canción que suena a todo volumen desde el sonido que sale de una de las casas. Otros por su parte, están en la búsqueda de sacos y camisetas que al ser unidos serán la forma de cerrar la cuadra, para empezar a armar la cancha y que nada interrumpa su torneo.
Alzo la mirada, y veo en las terrazas a las familias, esposas tendiendo la ropa y revisando de reojo, si ya están listos para iniciar el juego. En las aceras los niños y las niñas, seguramente los hijos de los jugadores, las barras fieles de los equipos, que muy bien montados, tienen uniformes oficiales. Y para cerrar el cuadro, en la esquina una olla gigante que está siendo administrada, por las abuelas que entre papas que se pelan y tapas que avivan la candela auguran un sancocho que será la recompensa a esta mañana de deporte.
Eso es Ciudad Bolívar, un territorio al que han llegado personas de todos los lugares de Colombia y del mundo y que han instalado en sus calles una forma de vivir que recuerde que lo importante no es lo que se tiene, sino a quién se tiene.
Hablar de cultura, de recreación y de deporte, allí, es cotidiano, seguramente, la gente, no conoce decretos, artículos, ni políticas públicas, pero allí se sabe de cultura desde la raíz, desde el fondo, desde el tejido.
Y es acaso, qué es la cultura, si no eso que se escribe en la cotidianidad de la vida y que nos permite crear nuevas formas de vida, de encuentro y de desencuentro; lo que nos ayuda a transformar la realidad, a reconocer las condiciones de vida y hacer algo para cambiar lo que “Nos ha tocado vivir”.
Ciudad Bolívar ha gestado, como regalo a la ciudad, una nueva forma de ver la vida, que incluye el arte como medio para darle la cara a la cruda realidad de la pobreza. Se navega entre rimas de hip hop, la añoranza porque llegue el momento de ver una nube de rockeros llegar a la localidad y que suenen la música y despierte a los vecinos, ver pasar a un combo de payasos con telas y malabares, sonrientes yendo hacia la carpa, los hijos que el arte a rescatado de los vicios y la delincuencia.
El arte y el deporte, son la oportunidad para fortalecer el diálogo intergeneracional, para el encuentro de las historias de vida, para construir nuevas posibilidades. La historia inicia en las calles y se narra allí. No hay forma de ver esta localidad con unos ojos distintos a los que imponen sus colores y sus montañas. Eso, eso es Ciudad Bolívar.