Autor: D.R.A
Benito ha ido a la escuela por primera vez. Le da un poco de vergüenza porque es un poco mayor, pero no ha podido ir antes por ayudar a su padre en las labores del campo. Benito ahora ya sabe leer y escribir, pero eso de las matemáticas no se le da nada bien. Hoy la profesora le ha preguntado cuántas son ocho y ocho. ¡Vaya compromiso! Benito piensa, mira de reojo el libro, duda un rato y después de cavilar, contesta:
-¡Ya está; ocho y ocho son OCHENTA Y OCHO!
-Hombre, no, Benito, ¿tú sabes lo que dices? Anda piensa un poco más.
–Que si, seño, que ocho y ocho son ochenta y ocho. ¡Mire cómo es verdad!
Benito sale al tablero y escribe un ocho, luego, a su lado, pone otro y lee después:
-¡Ochenta y ocho! ¿Tenía yo razón o no?
La profesora no se enoja, al contrario; amenaza con castigar a los otros chicos, que se ríen de Benito.
Desde aquel día la profesora da clases particulares a Benito y le enseña el valor y la colocación de los números. Con el tiempo, aunque él no lo sabe, Benito llegará a ser un gran profesor de matemáticas.